La Cuna de Venus, otra Gruta Simbólica

Desde el marco de la plaza principal, se veía desfilar por el andén de mi casa paterna a personajes tan misteriosos como “perucho, crisantao y maria reblujos”, pero ninguno como aquel que se apeaba de una bicicleta sin barra para participar en todos los entierros.
Se destacaba su flácida figura por un vestido clásico, a rayas, con solapa ancha y zapatillas de cuero, sin medias. Era su mirada como de halcón enojadizo, su risa desbordante y sarcástica y su melena palpitaba al paso de la enigmática silueta. Pero recuerdo con más sorpresa aún, que bien merecía el título de árbitro de la murmuración pueblerina.
Alrededor del 66, su fama fama ya alcanzaba flamante notoriedad. Los coches de lujo taponaban la calle real, a una cuadra de la plaza. Las tertulias coordinadas por el entonces José de los Ríos (antes José Ríos), no tenían precedentes.
Un viernes cualquiera decidí con algunos contertulios, ingresar al lugar. Lo hacíamos a hurtadillas porque el personaje mantenía dudosa reputación... Se desbordó don José en elogios hacia nosotros y nuestras familias, haciendo memoria inmediata de mi finado hermano mayor y solicitando un minuto de silencio por el descanso de su alma, pues la idea de sus actuaciones artísticas se la debía a él.
Me invitó enseguida a subir al proscenio para participar con mis declamaciones, mientras inicio el acompañamiento o melopea arrancando gemidos a un vetusto piano vertical, con tal emoción y firmeza que nos hizo sentir frente a la Sinfónica de Boston.
Descendí del escenario y gentilmente nos ubicó en la Mesa Blanca. Recorrimos luego la pequeña casa de húmedas tapias, patio empedrado y preciosas camelias y geranios que invitaban al más fino de los romanticismos. Elogió nuestro ancestro y fue enfático en puntualizar que a su casa no tenían acceso “apaches” o guaches. Horas después, el amanerado anfitrión nos dio a firmar el libro de huéspedes de honor, entre cuyos autógrafos observamos los de Gonzalo Arango, Lleras Restrepo, López Michelsen y otros. Con más ceremonia aún por una veladora, su Doctorado Honoris Causa de la Universidad Parnasiana.
En otra ocasión departíamos con don José, mientras él ordenaba a sus “empleómanos” que no faltase licor en la mesa blanca ni en los “triángulos del amor” que se colmaban con turistas de talante al menos universitario. Noté curioso que activaba un suiche detrás de una puerta, mediante el cual, la escena cambiaba en segundos, pues controlaba bombillas comunes cubiertas con papel de seda en diversos colores. Añadía a estos atractivos un curioso museo de filatelia y numismática, con objetos vetustos a los que bautizaba con fechas de tal precisión que recordaba el método de marcación con carbono catorce.
Noche aquella cuando arribó el elenco del festival del Tango, con Armando Moreno, Carlitos Valdés y otros y el arrebato de José lo hizo desbordar en atenciones. A puerta cerrada, se derramó el licor gratuito sobre las mesas y pudimos ver la aurora mientras conjugábamos nuestras voces con las de artistas de renombre internacional. Qué banquete de cuerdas y voces!... Perdón por la nostalgia pero ya no hay sitio siquiera semejante en nuestro pueblo, aunque La Merced y el Rincón Latino tienen grandes valores culturales.
Este personaje trascendió. Llegó a colmar el Coliseo Cubierto de Medellín, actuó en el Teatro Junín, al lado de José Mojica... Su poema más socorrido en frenético estilo declamatorio era “El pequeño milagro”, el más solicitado, por su escueta mímica, que desata las risas ocultas entre ruanas y tras los sombreros, porque advertido y reconocido estaba que el que osara burlarse saldría volando a empellones al propio asfalto... La metamorfosis que le ocasionaba el declamar “El Tísico” le tornaba tan tacaño que exigía una jugosa suma de dinero para hacerlo. Recordando que por poemas de la talla de la “Última Carta del Libertador” en el cual volvía astillas una de sus pequeñas mesas, no cobraba centavo alguno... Recordemos el “chuzo” característico de sus cuentas de bar...
Era el público el verdadero dueño de este negocio, si así se puede llamar, y don José podía usar su talento hasta para descansar en los intermedios en que animaba a todo tipo de artistas de la época o aficionados tímidos a participar.
Curioso era notar que diagonal a La Cuna, quedaba el bar Gato Negro, con todo el agüero que ello implica... José fue asesinado en su propia casa, alrededor del año 72. Si el destino fue injusto con este hombre sólo lo sabe Dios. Nosotros osamos hacer el siguiente balance: Apareció en nuestro pueblo manejando la más terrible soledad de genio loco. Se le tildaba de homosexual, lo cual negaba rotundamente, dizque por que lo adoraban las vagabundas, sin embargo sus empleómanos eran párvulos que no recibían el mejor de los tratos... fue murmurador inmisericorde, hasta el punto de que toda dama que cruzara por delante pasaba al instante de virgen a prostituta por efecto de su lengua liviana que también usaba irónicamente para que en muchos sepelios descollara su voz aflautada el “miserere”, fruto de ensayos previos en la sastrería de los Garcías. Este aparecido en nuestro pueblo era devoto ferviente del General Rojas Pinilla y a su vez del Corazón de Jesús y mantenía reverencia. Fue el hito de nuestra cultura en la década del 60. Se jactaba de ser reconocido internacionalmente y me fue fácil constatarlo en la Universidad de Boston, donde una compañera de grupo me comunicó que conocía a Colombia, luego que Antioquia y finalmente a La Ceja; cuál sería mi asombro que llegó casi a espanto cuando me dijo que había disfrutado una tarde en La Cuna de Venus!
Así marca la microhistoria de La Ceja un lugar ya extinto que pertenecía a un loco, un artista, un genio, un bufón del pueblo, un miserable que murió rico y que arrastró consigo gran parte d e nuestra lúdica, nuestra bohemia, el deleite con Vieco, Gadel, Lara y todo lo de sabor terrígeno. Si muchas veces el licor fue poco, la imaginación, el humor y el arte se conjugaron de manera inefable... Hay prueba de que este fenómeno fue excepcional! Pregúntelo a nuestra generación y se sorprenderá.